Abres Instagram o TikTok y conforme vas haciendo ‘scroll’ ves como las caras que te aparecen en pantalla cada vez son más similares. Expresiones inertes, pieles de textura metalizada y una apariencia prácticamente alienígena. En pleno auge de la era digital, la popularización de los filtros faciales, las aplicaciones de edición de imágenes de inteligencia artificial (IA), el arte digital y los avatares de los mundos virtuales están distorsionando nuestra percepción y alterando los cánones de belleza. El semblante humano pierde atrayente y la llamada cara cíborg –que amolda la materia biológica a patrones robóticos– se está afianzando como tendencia estética.
Durante la última década, la expansión de la tecnología ha colonizado todos los rincones de nuestra existencia. Internet se ha transformado en el sitio donde edificamos nuestra identidad y la proyectamos a el resto, un espacio digital sin fronteras en el que podemos moldear nuestra imagen tal y como si fuera plastilina. Selfi, tras selfi, tras selfi, esa realidad se ha traducido en nuestra cara, campo de experimentación estética. «Estamos tan conectados a la tecnología que prácticamente nos fundimos (…) y para las próximas generaciones, desligarse de ella va a ser impensable», ha explicado la artista digital Johanna Jaskowska en una entrevista en la publicación británica ‘Dazed’.
“La definición de lo que es la belleza se está empequeñeciendo”, apunta la comunicadora cultural Ofèlia Carbonell
Hasta el momento, esa repercusión ha surgido de las redes sociales, espéculo desfigurado a través del que nos observamos. La escritora canadiense Jia Tolentino describió la cara Instagram como la de una mujer blanca con determinado “exotismo desarraigado”. Ojos asiáticos, nariz caucásica, pómulos nativos americanos y labios africanos. Un canon que celebridades como Kim Kardashian, Emily Ratajkowski o Kendall Jenner elevaron a modelo aspiracional. Su semblante, transformado en el contenido que impulsa su negocio, ha sido reescrito “de pacto con lo que se cree que aumenta el ‘engagement’ y los ‘likes’”.
Belleza robótica
Ahora, la evolución tecnológica está mutando este fenotipo virtual cara un estándar de belleza femenina situado en terrenos blog post-humanos. Más que parecer un humano real con arrugas, poros, pelos y granos, el modelo de mujer que se está popularizando apunta a la emulación de máquinas humanoides. “La piel cíborg va a tratar de aplanar todos y cada uno de los signos de la vida en una aproximación unidimensional con perfección», explica en su folleto la crítica cultural experta en la industria de la belleza Jessica DeFino.
Semblantes futuristas y puntiagudos que relucen como una pantalla alumbrada, maquillaje holográfico, minimización de las cejas y ornamentos exagerados. Todos estos rasgos figuran entre las primordiales tendencias de belleza para dos mil veintitres, conforme la gaceta Vogue. “Antes la moda creaba tendencia mediante las prendas y ahora se prima el accesorio”, explica Pilar Pasamontes, directiva de desarrollo de la Escuela de Moda de IED Barna.
Ese ideal de belleza es retroalimentado por la popularización de herramientas como Lensa AI. Este programa –de pago— solo precisa varias fotografías tuyas para, en pocos minutos, moldear tus patrones faciales y amoldarlos a tus fantasías, ya sea convertirte en una superheroína de cómic o en el personaje de un cuento de hadas. No obstante, especialistas han denunciado que Lensa AI tiende a sexualizar los cuerpos femeninos y a aplicarles estereotipos que aceleran la presión estética.
Amoldar tu cara a la moda
Entre las nuevas musas de este movimiento están figuras como la supermodelo Hermosa Hadid, la estrella de la telerrealidad estadounidense Amelia Grey Hamlin o la actriz Julia Fox, expareja del rapero Kanye West. Otras personalidades que viven de su imagen, desde el clan Kardashian hasta Madonna, han readaptado su físico a esa tendencia.
El ámbito no es extraño a la popularización de la cara cíborg y grandes marcas como Givenchy, Gucci o Marc Jacobs asimismo abrazan este ‘look’ en sus campañas. Y cada vez vamos a ver más. “La industria de la belleza siempre y en todo momento halla formas de amoldarse a los tiempos y ocultar sus mensajes a fin de que compremos”, explica a la cronista cultural Begoña Gómez Urzaiz, quien ya examinó este fenómeno al lado de Noelia Ramírez en el programa Tardeo. “Me semeja que es una rebeldía controlada, puesto que aunque esa cara perturbadora va contra muchos códigos asumidos sí prosigue premiando la delgadez y la simetría”, agrega.
“Esa cara perturbadora es una rebeldía controlada: va contra muchos códigos asumidos mas prosigue premiando la delgadez y la simetría»
Begoña Gómez Urzaiz, cronista cultural
¿Adiós ‘body positivity’?
Esta tendencia homogeneizadora que comienza a verse tanto en las pasarelas como en tu ‘feed’ supone una paradoja no menor, puesto que llega tras una temporada en la que la moda parecía haberse abierto a una representación más inclusiva de las mujeres. El ‘body positivity’ deja paso, nuevamente, a una delgadez extrema. “La definición de lo que es la belleza se está empequeñeciendo”, explica la comunicadora cultural Ofèlia Carbonell.
Esa posibilidad opresiva contrasta con lo que la teorética feminista Donna Haraway apuntó en mil novecientos ochenta y cinco en su ensayo ‘Manifiesto para cyborgs’, en el que defendía que admitir esta concepción cíborg como “figura política” podía apresurar la emancipación de los géneros binarios para edificar identidades más fluidas sin categorías sociales recias.
Las dos especialistas apuntan que la demanda estética de este fenómeno cíborg está atravesada por una cuestión de clase. Más que jamás, la cara se ha transformado en un factor propio para la proyección de un estatus social y económico y sus facciones “en un complemento más que entra o pasa de moda”, remarca Carbonell. “Hay quien se inyecta bótox como quien lleva un bolso de marca”.
Con las ‘influencers’ como altífonos, la popularización de la cara cíborg apunta a un nuevo acelerador de la presión estética. “Como toda tendencia comienza de una manera extrema y después llega suavizada al público general”, apunta Gómez Urzaiz. Todo ello acentúa un problema aún por solucionar. ¿Usaremos la tecnología de forma autónoma para edificar nuestra imagen o va a ser nuestra identidad un producto supeditado a lo que dicta cada nuevo avance en tecnología?