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La tradición de circuncidar al futuro rey del R. Unido fue iniciada en el siglo XIX por la reina Victoria, persuadida de que la familia real descendía del Rey David
Al negarle la circuncisión a su hijo Guillermo, la princesa Diana de Gales rompió la tradición de circuncidar al futuro rey del R. Unido que fue iniciada en el siglo XIX por la reina Victoria, persuadida de que la familia real descendía del Rey David. Carlos III ha sido el último monarca circuncidado hasta el momento.
Cuando nació Philip Arthur George, el primer hijo de la reina Isabel II y Felipe Mountbatten, y actual rey Carlos III, el catorce de noviembre de mil novecientos cuarenta y ocho, su madre llamó al rabí Jacob Snowman, un conocido médico y mohel de la ciudad de Londres, para circuncidar a su hijo, revela Jewish Press, el semanario judío independiente de mayor difusión en los USA.
La tradición de la familia real de contratar mohels judíos para circuncidar a sus hijos se remonta a la reina Victoria mas fue interrumpida en mil novecientos ochenta y dos con el nacimiento del príncipe Guillermo, pues su madre Diana, la fallecida princesa de Gales, no lo dejó.
La relación entre la Casa Real británica y los Snowman se estrechó con el tiempo desde aquel instante de la circuncisión del rey. El hermano del rabí, Emanuel Snowman, se casó con un miembro de la familia de joyeros Wartski y ha proporcionado a lo largo de múltiples generaciones joyas a la realeza, incluyendo las alianzas de matrimonio de oro galés para Carlos y Camilla, y para el príncipe Guillermo y Kate Middleton.
«Prefiero verme no como el defensor de una sola fe de la iglesia de Ingalaterra, sino más bien como defensor de la fe por lo general», proclama el rey Carlos III en uno de los nuevos episodios de la serie de Netflix ‘The Crown’, en la que se compromete a velar por los católicos, judíos y musulmanes que habitan en su reino aparte de los anglicanos que lidera como gobernante supremo de una iglesia fundada por Enrique VIII en el siglo XVI para poder cancelar contra el criterio del Papa de la ciudad de Roma su matrimonio con Catalina de Aragón y casar a Ana Bolena.
En vez de aceptar el compromiso usual de ser un defensor exclusivo de su fe, Carlos ya aseveró en mil novecientos noventa y cuatro que podía ser un “defensor de los credos” como rey. Vamos, un defensor incluyente de cualquier religión, sin abandonar a su máxima jerarquía anglicana.
Lo explicó en una entrevista a la BBC en dos mil quince : “Como procuré trasmitir, me importa la incorporación de las religiones de otras personas y su libertad de culto en este país”.
La afinidad y admiración de la presente familia real británica por la tradición judía viene de lejos y va alén de circuncidar a sus futuros reyes. La abuela paterna del rey Carlos III, la princesa Alicia de Battenberg, que vivía en Grecia, fue una de los Justos entre las Naciones, colectivo no judío que respeta los preceptos rabínicos. En mil novecientos cuarenta y tres, el ejército alemán ocupó Atenas y Alicia de Battenberg reunió y salvó la vida al pequeño conjunto de judíos helenos que aún no habían sido deportados a Auschwitz. Está sepultada en la Iglesia de la Magdalena del Monte de los Olivos de Jerusalén, donde en dos mil veinte Carlos honró su memoria.
El sepulcro de su abuela fue una parte de la visita oficial del rey Carlos a Israel para unirse a otros muchos líderes mundiales en el Foro de discusión Mundial del Holocausto en Jerusalén y celebrar el setenta y cinco aniversario de la liberación de Auschwitz.
No era la primera vez que el entonces príncipe de Gales visitaba el estado hebreo, puesto que en mil novecientos noventa y cinco asistió al entierro de Yitzhak Rabin en mil novecientos noventa y cinco y en dos mil dieciseis, al de Shimon Peres.
Carlos alabó “la contribución de nuestra comunidad judía a la salud, la riqueza y la dicha del Reino Unido” en una recepción festejada en el Palacio de Buckingham en dos mil diecinueve. “En todos y cada uno de los campos de la vida, en todos y cada uno de los campos de actividad, nuestra nación no podría haber tenido ciudadanos más desprendidos ni amigos más fieles”, manifestó en aquella ocasión ante decenas y decenas de judíos de Inglaterra.
«Benjamin Disraeli, evidentemente, el enorme primer ministro , si bien fue bautizado de pequeño, jamás negó su ascendencia judía y se describió a sí mismo ante mi rebisabuela, la reina Victoria, como: La página en blanco entre el Viejo y el Nuevo Testamento. En el momento en que un miembro del parlamento se burló de él, respondió: Sí, soy judío, mas cuando los ancestros de The Right Venerable Caballero vivían como salvajes en una isla ignota, ¡los míos eran sacerdotes en el Templo de Salomón!», concluyó con admiración ese día en el Palacio de Buckingham el jefe de la iglesia anglicana que aprovecha cualquier ocasión para expresar su admiración por Israel.